Me resisto a pensar que la vida de cada persona son un conjunto de historias, la vida me ha enseñado que solo la vida y la muerte son el inicio y final.  Los relatos no son historias, son tan solo parte de una vida.

Un relato en la tarde, son todos aquellos momentos que no queremos olvidar, queremos recordar y seguir soñando vueltos palabras. Es aquel conjunto de momentos que nos acostamos pensando cada noche y en la mañana no hemos podido olvidar,  son lo más cercano a cuando o las pesadillas se hacen realidad.

Los relatos son en la tarde por que al igual que ellos, son imperfectos, algunos nos gustan otros no, pero son únicos y todos merecen ser apreciados.

En este Weblog encontrarán mis momentos de vida, algunos felices otros no, pero quiero poder guardarlos como yo los veo y para que quien quiera conocerme, conozca mi vida, mi verdad.

Bienvenidos al momento más importante de mi vida y esperemos que los días me permitan escribir las letras que yo quiero.


Sábado, Octubre 6, 2007

Hace tan solo un año comenzó el mejor día de mi vida, día que hoy acabo –justo cuando no quería- . Poco a poco las luces de la ciudad se apagan y de nuevo la vida parece seguir su camino y el estruendoso ruido de los pájaros era la señal inequívoca que un nuevo día comenzaba; uno que no quería vivir.

Las lágrimas no avanzaban, el frio las dejaba en las mejillas mostrando el rumbo de mi desesperación y esa maldita costumbre mía a retar el frio parecía una lucha perdida con la hipotermia que, si bien hasta ahora comenzaba, ya podía sentir sus  estragos.

La neblina poco a poco empezaba a desaparecer en el paisaje refugiándose en mi alma, mientras que yo solo me aferraba  a  aquella larga línea de metal que impide - en este mirador - cometer una estupidez.  Giré la cabeza al lado derecho y vi como Carolina se bajaba del auto del novio:

-         -  Te estabas tardando - le grite con la voz entrecortada.

Inmediatamente después seguí mirando con los ojos cerrados, desde el segundo mirador de la Calera, como Bogotá iniciaba su día mientras yo terminaba algo más que el mío.

Poco a poco Carolina se acercaba a mí y mi cara empezaba a arrugarse, mis ojos a llorar con más fuerza y mi respiración a entre cortarse. Fue solo cuestión de segundos su camino pero cada paso me ahogaba más y más, sabía que me iba a decir y yo no la quería oír. 

Cuando sentí su mano sobre la mía mi respiración se detuvo, las lágrimas se apresuraban a salir pero, en el momento en que apretó con fuerza mi mano, me sentí morir.

Carolina me cogió de la quijada,  lentamente corrió mi cara para vernos  directamente. Justo en el momento en que mis ojos quedaron frente a los de ella, empezó a llorar tanto o más que yo, sin dejarme entender si lloraba por horror o por lastima de verme así.

-              -  Juan ya supe, ya todos supimos y llevamos toda la noche buscándote.

En el instante que terminó de decir eso supe que nada tenía marcha atrás, los dolores corporales que el dolor del alma ocultaba empezaron a salir a flote, mi rodilla derecha cristalizada por el frio, comenzaba a acabar con las pocas fuerzas que me quedaban. Como pude me lancé sobre ella y comencé a llorar.

Como explicarle a quien más que mi mejor amiga, ha sido mi hermana pequeña, a quien he cuidado, protegido y defendido, como decirle que quien siempre me ha visto  fuerte, como quien nunca la ha dejado caer, que con tan solo siete palabras perdí el rumbo de la vida.

Me encantaría decirle que en mi alma solo quedan sonrisas vacías, momentos preciosos que empiezan el lento e indescriptible camino a difuminarse, que lo que ayer era un mañana hoy, solo es un atrás. A veces es tan difícil  explicarle a la gente lo que ellos saben, como decir que la vida no puede ser solo amor, que puede que el amor no se acabe, pero muchas veces no es suficiente. 

-            -   Lo supuse, y sabía que solo tu podías saber donde iba a estar

-            -   No fue fácil, lograr buscarte ir hasta tu casa y no matar de preocupación a todos

-            -  ¿Hasta mi casa?

-            -   Sí, Te traje algo.

En ese preciso momento de su chaqueta sacó un pequeño rombo de Origami, algo dañado de varios colores, aquel rombo que Juliana había hecho, hace exactamente un año, el día que todo había comenzado y que yo guardaba con recelo. Mientras por mi columna pasaba la sensación más horrible que alguna vez pude haber sentido, ella puso aquel rombo en mi mano y un encendedor en el otro, solo atiné a tirar ambas cosas al suelo y gritar mientras lloraba

-            - ¿Cómo me va a hacer esto? Es el único recuerdo que me queda de lo que creí que era ella y ahora me pide que lo   elimine.

Carolina, secándose las lágrimas recogió el rombo y el encendedor del piso, y mientras movía su cabeza en forma de negativa, me dijo:

-          Vámonos, lo necesitas, todos están en la casa de Felipe esperando a que yo te lleve para que expliques por que...

Justo antes que ella terminara la frase, mi alma y mis ojos se cerraron, mis oídos se silenciaron mientras sentí como mi rodilla izquierda me fallaba y caía al suelo.

Cuando abrí los ojos todas y cada una de las personas que puedo llamar amigos estaban alredor mío, apoyándome demostrándome que no estaba solo, pero yo solo volví a llorar. Así no quisiera, era justo explicarles por que había terminado todo con Juliana





Viernes, Octubre 6, 2006 

Mi mente empieza a viajar. Al igual que el paisaje por la ventana del taxi, mis ideas corren constantes formando la pintura de lo que siento; el momento de verte había llegado. Poco a poco me aceraba a mi destino, o más bien el destino se acercaba a mí.

En el momento que puse el pie en el piso sabía que no había marcha atrás. Como siempre el tiempo no es aliado, apenas había tiempo para conocernos para sonreír y quedar con más preguntas de las que había al llegar.

Mientras caminaba para llegar al punto donde habíamos quedado de vernos, notaba que mi mente no era capaz de mantener una idea, veía como a los segundos les encanta jugar, son tan largos en la espera como para mirar cuatro o cinco veces el reloj en diez minutos y serán tan cortos cuando llegue, que sería una de esas noches que la luna correrá en el cielo. No sé porque en esos momentos en que no se puede pensar se empieza ver lo cotidiano tan único; la forma en que las personas miran, la forma en que entran y salen de locales buscando lo que en el fondo, todos sabemos que no se les ha perdido.

Empiezo a mirar todos los caminos por donde puede llegar, cada sombra que veía me hacía girar, si hasta ahora ninguna era ella, la hora ya era la indicada y en cualquier momento una de esas sombras sería de quien es culpable de esta espera.

Cada segundo esperándola es una eternidad. Las mujeres suelen llamarnos exagerados a los hombres, cuando les decimos que nos han hecho esperar, lo que no se dan cuenta es que es un segundo lejos de su compañía, un segundo en que no vemos su sonrisa y por ende un momento eterno que no pudo vivir.

Y en ese momento en que se piensa todo, en ese abrir y cerrar de ojos a los lejos la empecé a divisar. Mi puño izquierdo se cierra de nervios, mientras mi mano derecha se oculta atrás de mi espalda con el regalo que esa noche le iba a dar.

Mientras ella caminaba hacia mí, recordé a un amigo de la infancia que siempre decía que ese era el momento más detestable de toda una relación; ese primer momento en la salida, en que no sabes si correr a ella, caminar a la misma velocidad, esperarla, levantar las manos para que te vea o gritar… entre tantas posibilidades que pasaron por mi mente, hice la única que no hubiera pensado jamás: quedarme petrificado viéndola caminar.

Cuando Juliana estaba a menos de veinte pasos de mí, yo solo pensaba, solo sentía, solo me preguntaba  ¿donde había estado ella toda mi vida que yo no la encontraba? Sí bien la pregunta estaba tan estructurada como mis ideas en ese momento, la verdad es que yo solo la miraba y noté que en mi vida nunca ha existido alguien igual.

Su piel color sueños, su sonrisa de marfil, sus ojos brillantes me cortaron las palabras mientras que mi cerebro solo pensaba si darle ese regalo que celosamente escondía y que sabía que ella no esperaba.
Cuando quedamos uno justo en frente del otro, Juliana, con la luz de la noche solo me dijo “hola”. Mientras me acercaba a su mejilla me di cuenta que tenía miedo de ser demasiado formal, pues yo de verdad la quería conquistar. Justo después de dar aquel nervioso beso en la mejilla estaba decidido, le iba a dar el regalo.

La mire a los ojos, sonreí;  no soy un hombre que crea en supersticiones pero por algo que todavía no logro explicar,  no sabía cómo había llegado yo hasta ahí, no sabía de ahí en adelante que iba a pasar, solo sabía que esa noche había encontrado lo que no sabía que estaba buscando: Felicidad.

Respiré tan profundo como aquellos que creen que el aire da fuerza que el alma aún no tiene, apreté levemente el regalo y las palabras aunque no muy coherente empezaron a salir:

-        -   ¿Sabes que el cielo de cada persona tiene estrellas?
-     -  Sí – Respondió Juliana, mientras miraba con esa cara picara de las mujeres cuando tienen curiosidad

En ese momento dejé de esconder mi mano derecha en mi espalda y en su mano izquierda deje caer una estrella de origami.

Mientras ella solo sonreía yo sabía que el mejor momento de mi vida estaba por comenzar. 


Domingo, Octubre 1, 2006

La consecución de sentimientos es constante y detestable. Sí bien, tener su teléfono me había vuelto preso de la alegría; el no saber cuándo llamar ahoga la claridad en ese engorroso sentimiento... la duda.  Levanté el teléfono un par de veces, marcaba  tres o cuatro números sin problemas, pero luego mis dedos dudaban excepto para colgar, no era capaz de hacerlo. 

La verdad nunca he sido bueno para llevar la iniciativa y menos la de la primera llamada. Siempre he creído que si uno quiere algo serio, la primera conversación por teléfono es determinante pues en ella es cuando  los cuerpos no distraen el alma, los impulsos se contraen y se puede saber de verdad si lo que hay ahí tiene futuro.

Con mi cuerpo sobre un sofá de mi casa, pero con la mente unos kilómetros más arriba  solo lograba pensar en miles de razones del por qué no debía llamar - ¿Y si no está? ¿Y si es el número equivocado? ¿Y si me dio el numero solo por cortesía? - sin embargo y por algún extraño motivo esas preguntas solo avivaban mis deseos de escucharla.

Siendo evidente mi incapacidad para llamar, salgo a caminar esperando al igual que cualquier humano, que del cielo llegue una solución. Camino hasta el parque grande que hay cerca de mi casa, me recuesto sobre mi silla favorita, aquella que esta oculta bajo un pequeño árbol mientras tanto en mi cerebro queda una sola duda ¿y de qué le voy a hablar?

Cuando trato de responderme tan horrible pregunta empiezan a llegar algo mucho más mortificarte que las dudas; los sueños. Empiezo a imaginarme noches enteras de risas, de llamadas cruzadas, de hablar hasta dormir, de sueños confesados y futuros que se podrían entrelazar... - Tengo que llamarla. Lo había decidido.

Mientras marcaba desde mi celular los tres primeros números, me levante de la silla, caminé unos pocos pasos y me recosté sobre un montículo y allí me trate de distraer haciendo figuras con las nubes, marque los números restantes; las dudas se habían ido


- Sonó el primer timbre ..... todas las fuerzas de mi cuerpo se enfocaron en impedir que mi dedo oprimiera el   botón de colgar. 

- Sonó el segundo timbre ...  me di cuenta que casi olvido hasta mi propio nombre.

- Sonó el tercer timbre ...  y había notado que en las nubes solo veía su sonrisa

- Sonó el cuarto timbre ...  La desilusión empezaba a llenar mi alma iba a colgar en dos timbres más

- Sonó el quinto timbre ... 



- ¿Aló, Juliana por favor?

Viernes, Septiembre 29, 2006


Y allí estaba, Sentado en las escaleras del Palacio San Francisco. Eran, algo así, como las seis y treinta, la verdad no lo recuerdo.  Aunque el frío carcomía mi rodilla derecha,  cualquier expresión de dolor estaba oculta en una extraña alegría, esa que solo da cuando se esta decido.

Por primera vez, no me había detenido a tratar de contar los pisos de la torre de Avianca. Cuando entré al palacio tampoco traté de recordar todos los grandes personajes que sabía que allí alguna vez habían estado. Ese miércoles no quería que el día pasara ni rápido ni lento, no quería pensar que iba a almorzar o que tan mala sería la película que vería en la cátedra de Cine. Ese día, todo lo que quería es que llegara ese espacio entre las seis y cincuenta y las siente de la mañana en que todas las personas esperan sus clase con algo de pereza, ese lapso del día en el que salen las mejores conversaciones, cuando se esta lo suficientemente dormido para que los comentarios pesados no se entiendan, pero suficientemente despierto para que un buen comentario alegre el resto del día…


A eso de las seis y cuarenta el Palacio empezó a llenarse rápidamente, el silencio que me había estado haciendo compañía, que me tenía tranquilo y decidido, había desaparecido. Poco a poco mis compañeros de clase los vi llegar, algunos se quedaron al lado mío preguntándome si había quiz, comentándome sobre el nexo de causalidad, y del por que aquella sentencia si debió casar… ¿Quiz? ¿Nexo de causalidad? ¿Casación? Ese fue el preciso momento que note dos cosas: la primera, cuan aburridos podemos ser los estudiantes de Jurisprudencia y la segunda que tenía tantos nervios que esos sencillos comentarios, en ese momento, mi cerebro los asocio con algún idioma de esos inentendible; no se si no entendía o simplemente no quería escuchar absolutamente nada de lo que mis compañeros hablaban, solo sé que mi mirada cada instante que pasaba, se clavaba más en la entrada del Palacio.

Eran las seis y cincuenta, el profesor con el que tenía clase a las siete entro al palacio, mis compañeros inmediatamente se pararon, algunos caminaban unos cuantos pasos delante de él, otros a su lado, pero todos seguían el camino que él les mostraba como las ovejas siguen el camino del perro pastor cuando las lleva rumbo al establo. Aunque fue un poco extraño no seguir al profesor como uno más de esos animales entrenados que la gente suele llamar estudiantes, yo me quede ahí, inalterable, del lado derecho del quinto escalón de las escaleras principales del Palacio San Francisco, lleno de nervios y sin quitar la mirada de la entrada.

 Aunque sentía que habían pasado como dos eternidades completas desde que me había sentado a esperar, es como si de pronto el reloj de mi celular hubiera optado por creer que los minutos eran de menos de sesenta segundos, pues, cada minuto lo sentía pasar más rápido que el anterior. Mientras me desesperaba por ver como pasaba el tiempo, una mujer de esas que por simple inercia caen bien, pasó por la puerta y se dirigió directamente hacia mí. Luego de saludarme, se paro de tal manera que me impedía ver la entrada del palacio, me pregunto por un comentario que yo había dicho hacía unos días en una clase, eso me permitió recordar de donde la conocía. Mientras le respondía noté que ella  estaba tan interesada en mi respuesta, como yo en dársela y que lo único que quería era conversar. Cuando la conversación comenzaba a ponerse interesante, un pálpito en el corazón me hizo levantarme ligeramente del escalón para observar por última vez la puerta del palacio antes de perder definitivamente las esperanzas y concéntrame en hablar con tan amable persona. Al observar por encima de su hombro, la vi: había llegado. Bastó con ver un pequeño mechón de pelo para estar seguro que la que estaba apunto de pasar por la puerta era ella.

Como pude me despedí de la niña dejándola literalmente hablando sola. Empecé a caminar rápidamente hacia la puerta pues quería hablar con ella, antes que las amigas la vieran, sabía que con ellas al lado no sería capaz. En diez o doce pasos que di, empecé a notar que tenía tantos nervios que las manos se me habían puesto frías,  y que se me dificultaba caminar. Apenas me vio, me sonrió. Ese momento pare de respirar, estaba hermosa, mientras se acercaba a mi no paraba de sonreír y la verdad yo tampoco, sus ojos estaban brillantes como el sol en un bello día y su piel canela, simplemente me cautivo. Sacando las pocas fuerzas que mis nervios no se hubieran llevado, le señale el lado derecho del palacio y ella me siguió. Al parar de caminar, noté que ella estaba justo detrás de mí, gire, y la salude, ella me dio un pequeño rose de mejillas de esos que llamamos beso, ya con eso, me había alegrado unos cuantos días.

Después de las preguntas de rigor ¿cómo estas? ¿Cómo te fue en? ¿Qué vas a hacer? ¿Qué tal esto?, lo había notado, no iba a ser capaz. La sonrisa que me había dado verla, empezó a desaparecer y la rabia por ser tan tonto y no ser capaz me empezaba a invadir.

Cuando yo me había resignado y estaba apunto de despedirme, vi a las  amigas de ella a la distancia y supe que si no era en ese preciso momento jamás iba a ser capaz, entonces lo hice. Hice una de esas preguntas que los hombres hacemos infinitas veces en nuestra vida, pero que siempre que de verdad queremos saber la respuesta nos llena de nervios  y de angustia…


¿ME DAS TU TELÉFONO?

El silencio fue impresionante, y un escalofrío que recorrió mi cuerpo me lleno de angustia. Ella no se alcanzaba a imaginar todo lo que hice para poder ser capaz de preguntarle,  y ella simplemente se quedo callada. Mientras bajaba la mirada lentamente me detuve un segundo en su boca y note como lentamente una gran sonrisa, como las que usualmente tiene, empezaba a salir. La angustia se disipo rápidamente y fue remplazada por otra sonrisa, la mía.  Pasaron dos o quizás tres segundos antes que de su voz saliera una respuesta y cuando salió, fue una sola palabra, que yo, casi no puedo creer…

¡CLARO!

"Quizás para ella solo fue darle su número a un conocido más para mi fue algo que me alegraría la vida por muchos, muchos días más."


Juntos  Tarde Pero Juntos

The Lovers of Valdaro.
Believed to be no older than twenty years of age when death occurred.
Over 5,000 years old.
Locked in an eternal embrace.
Tragically, their story is unknown.
Ironically, they were found in the city of Mantua. In Italy.
The city Shakespeare chose to set the story of Romeo & Juliet.